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EL PENSAMIENTO POLITICO DE LUTERO

El poder político es una institución querida pos Dios.
 Lutero insiste en que en orden político forma parte del orden providencial querido por Dios para este mundo. Los dos reinos, son dos modelos por los cuales Dios gobierna a los hombres, están en el mismo plano pues su origen es divino.


El reino espiritual está gobernado por Cristo, sus normas son la ley de Dios, el derecho divino, que se comunica a través de la Palabra. Los ministros de este reino tienen la única función de inculcar la Palabra, no tienen autoridad por que todos los cristianos son sacerdotes. El gobierno secular está gobernado por la espada, que representa al derecho y a la ley, que obligan externamente a aquellos que no son cristianos. Este gobierno secular tiene leyes que no afectan más que al cuerpo, a los bienes y a todas las cosas exteriores que hay en la tierra. Lutero mantiene que la espada no tiene poder en los asuntos de fe y por ello no puede obligar a creer por que se trata de un acto personal e íntimo.


Otro tema que plantea Lutero es el de si un cristiano debe por una parte, obedecer a la espada y por otra, si debe servirla. En la primera cuestión afirma que el poder y la espada son un servicio a Dios, por que aunque el cristiano no necesita la espada se somete a ella por amor al prójimo, porque es necesaria y útil al mundo. Lutero dice, en la segunda cuestión, que si la espada es un servicio a Dios, tiene que ser también un servicio a Dios todo lo que el poder necesite para llevar la espada, así los cristianos pueden ser verdugos, jueces, alguaciles, siempre que lo hagan para el bien del prójimo y no en interés suyo. Así para Lutero un príncipe es bueno cuando se despoja en su corazón de su poder y autoridad y hace suyas las necesidades de sus súbditos y actúa como si fueran sus propias necesidades.


En resumen no hace falta demostrar la importancia e influencia que tuvieron las ideas de Lutero, sobre todo en el plano religioso. El luteranismo, en un primer momento, produjo la creación de iglesias independientes nacionales y territoriales, precipitando así la ruptura de la unidad que vertebraba el cristianismo occidental, y a pesar de que siguieron intermitentes guerras religiosas, se llegó la Paz de Augsburgo (1555), acuerdo donde se estipulaba que la religión del gobernante de cada territorio dentro del Sacro Imperio romano tenía que ser la religión de sus súbditos, autorizando de un modo efectivo así a las iglesias luteranas y reconociendo además a los príncipes territoriales como primados de sus respectivas iglesias.


Con la reforma el poder del príncipe o monarca salió reforzado en cuanto a su propia autonomía, porque ya no depende ni siquiera indirectamente de la organización eclesiástica, y en cuanto a sus competencias, la Iglesia dejó al Estado toda la dirección de la sociedad, incluida la propia Iglesia.


Parece contradictorio que Lutero defendiera la libertad de la fe del dominio de la Iglesia católica alegando que es un acto personal e íntimo y se desembocara en una iglesia nacional dirigida por los monarcas.